La casilla de Guadarrama empieza con duelo y con ausencia. Con evocaciones, con visiones, con un presagio y una confidencia al lector, a espaldas de la protagonista. Así, literalmente así, se escribe la primera página:
"No recuerdo si escuché primero el sonido del teléfono o el trueno que siguió al rayo. Las tormentas en Madrid siempre te pillan por sorpresa. Aunque estés a cubierto. Las malas noticias tienen la capacidad de recorrerte por dentro desde la cabeza hasta los pies, taladrándote el estómago. Pude oír la voz de mi padre, la abuela había fallecido. Con las primeras gotas de la tormenta una sombra negra recorrió de extremo a extremo el comedor de casa, pasando por la pared, los cuadros, la librería y desapareciendo a lo lejos por la ventana. En ese preciso instante, me pareció también oler esa mezcla de colonia Álvarez Gómez y laca de pelo, que me resulta tan familiar y que conservo desde niña. Lo que no sabía en ese momento era lo que iba a suceder en los próximos días."