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viernes, 9 de octubre de 2015

Madrid años 30: Mercado de Antón Martín y Cine Monumental

Pasear por el mercado de Antón Martín hoy en día tiene un punto de ensoñación. Entre el bullicio, la modernidad y tradición siguen vivos muchos testimonios de los años 30, cuando la calle estaba llena de carros con toldos y la fruta se apilaba sobre los adoquines o en cajones. 

Recientemente tuve la oportunidad de recorrer esta zona investigando algunos nombres y personajes aparecidos en las memorias de mi abuelo, para la novela que inspira este blog. Fue increíble caminar por delante de carnicerías, ultramarinos y comercios con solera como los de la calle Santa Isabel o el pasaje Doré. Llevaba una foto en la mano e hicimos algunas preguntas, pero la persona a la que seguíamos el rastro tendría hoy cien años y probablemente hace tiempo que se ha esfumado de allí. 

La Farmacia del Globo, de 1870 y que fue dañada por las bombas durante la guerra. La plaza en la que se integra, que fue escenario en el siglo XVIII del inicio del motín de Esquilache. El Cine Monumental, inaugurado en el año 23 y que contó con 4.000 butacas y acogió estrenos memorables como "La Calle del Azar", de John Cromwell, con William Powell como protagonista y con la butaca al precio de 0,75 pesetas. El Café Bar Zaragoza, donde habrán chateado en época convulsa pero previa a la guerra tantos y tantos madrileños.

Por allí, algún día, pasearon Luisa y Manolo. Protagonistas de esta historia que yacía en el fondo de un baúl. Que transcurrió entre Atocha 95 y la Plaza de Jesús. Y que terminó en el hospital de la Princesa, como tantas vidas de la época.


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domingo, 30 de agosto de 2015

Pasando de largo por la vida


Desde que encontré aquellas viejas memorias en el fondo de un baúl no he parado de pensar en Luisa. Una mujer de principios de siglo, que pasó de la niñez a la madurez de un salto como hacían nuestras abuelas. Vivió el horror de la guerra en su entorno y también en su corazón, pues vio enfermar a su novio de tuberculosis, y aún así no se apartó de su lado. 

Hoy he soñado con Luisa. Alguna voz dentro de mí me desvelaba su año de fallecimiento. ¿Será verdad o locura? Después de buscar su rastro en las cajas de fotografías familiares, de tratar de hallarla con solo un nombre propio y una escasísima referencia en los papeles que dejó mi abuelo. De buscarla por todos los puestos del Mercado de Antón Martín, donde su padre tuvo un negocio. De perseguir su fantasma por el viejo barrio de las letras. De buscar sus ojos en algún descendiente por la Plaza de Jesús, la iglesia de Medinaceli o la calle Atocha.

Estoy convencida de que ella ya no estará, pero quizá algún día sus hijos o nietos lean esta novela y la reconozcan en sus páginas. Quizá decidan escribirme y contarme algún recuerdo. Quizá ella dejará también entre sus cosas alguna fotografía o alguna vieja carta. O quizá quede solo siempre en el recuerdo de quienes alguna vez supimos de su existencia, como tantas vidas, como tanta gente. Pasando de largo por la vida y borrando su propio rastro.

martes, 16 de junio de 2015

La Dolores: un escenario probable

Dice en la fachada de la taberna La Dolores que abrió en 1908. Así que por su ubicación, en la Plaza de Jesús 4, contigua a la vieja imprenta Mercurio, debió ser lugar de reunión bastante habitual de los protagonistas de esta historia. En el Madrid de los años 30 el jornal era escaso pero probablemente daba para un corto de cerveza de vez en cuando.

Manolo trabajaba a destajo imprimiendo los primeros ejemplares del libro "Ribadeo Antiguo" y otros encargos que se iban hilvanando hora tras hora con ayuda de aquella Minerva. César cumplía sus tareas militares en el cuartel de los Docks, donde estaba destacado. Al finalizarlas, se acercaba a la Plaza de Jesús 6, al sótano donde estaba aquel taller de reprografía y salía a tomar el aire con su hermano. Madrid olía a revolución y a guerra por los cuatro costados, pero a ninguno de los dos les iba a estropear la realidad sus años más soñados y felices.


miércoles, 10 de junio de 2015

Madrid, años 30, en "La Casilla de Guadarrama"

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El Madrid de los años 30 está pintado en las viejas memorias que dejó mi abuelo. Militares de la república, trabajadores, intelectuales y burguesía de la época se cruzaban por las calles de la capital como si de una postal antigua se tratara. Se oía chirríar a los tranvías y el aire olía a puchero preparado en cualquier casa de comidas, como La Gijonesa. Por cualquier rincón, se escuchaba reír a algunos estudiantes y chiquillos. 

En la glorieta de San Bernardo estaba el antiguo hospital de La Princesa, una institución pública, hoy situada en Diego de León, y que durante la Guerra Civil estuvo en el Colegio del Pilar, en el Barrio de Salamanca. En aquellos años un enfermo allí pagaba cinco o seis pesetas al día, las heridas se curaban con sulfatos y otros preparados que diferían bastante de lo que conocemos hoy.

Imagen de Tras sus huellas (Manuel Díaz Aledo)
La actividad comercial en la Plaza de Antón Martín se conoce desde el siglo XVII, y en los años 30 era un hervidero de puestos que posteriormente se reorganizaron en un edificio cerrado. Muy cerca, en la calle Atocha, estaba el recién inaugurado Cine Monumental, de 1923, en la época en que los estrenos de la gran pantalla eran todo un acontecimiento.

El ambiente estaba muy revuelto y en los años de la II República, y no eran infrecuentes los atentados, y los cuarteles eran tiroteados y defendidos por los soldados, que con proximidad a la guerra ya no sabían bien en algunos momentos de quién debían seguir órdenes.

La Estación de tren de Atocha se conocía con el nombre de estación de Mediodía, y muy cerca, en la calle del Pacífico estaba el cuartel de los Docks, un grupo de barracones militares construidos a finales del siglo XIX.

En la Plaza de Jesús se instaló la Imprenta Mercurio, propiedad de Carlos Suárez Couto. Cerca de allí, en la calle Atocha 95 había una pensión de estudiantes instalada en el tercero o cuarto piso. Y en la calle Preciados, cerca de la Puerta del Sol, tenía su sede la "Sociedad Anaquiños da Terra", punto de reunión de muchos gallegos en la capital.

Son solo pinceladas de una época que, afortunadamente, no nos ha tocado vivir, pero que en esos viejos papeles mecanografíados brilla ante mis ojos y seguro que ante todos los que os propongáis leer esta novela.