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miércoles, 17 de junio de 2015

El colectivo de gallegos en Madrid

En los años 30, en la ciudad de Madrid, los gallegos ya eran un grupo bastante importante. Solían bromear diciendo que la ciudad gallega que más habitantes tenía era Madrid,se hablaba de unos trescientos mil. Y se habían agrupado en una sociedad llamada "Anaquiños da terra", constituida el 20 de agosto de 1931 y que tenía su domicilio social en la calle Tabernillas, 2. Posteriormente se trasladaría a la calle de la Audiencia, número 3 y más tarde a la calle Preciados 9, muy cerca de la puerta del Sol.

Cada domingo por la tarde, este amplio colectivo de gallegos en la capital celebraba un baile en su sede, al que acudían gran cantidad de los más de quinientos socios que tenían ya en el año 34. Manolo Díaz Echevarría, coprotagonista de la novela "La Casilla de Guadarrama" era el secretario de la sociedad, además de ser barítono del coro que era muy numeroso y actuaba, como se puede ver en la prensa de la época, en teatros como el María Guerrero, el Teatro Español, el Beatriz o el Infanta Isabel.

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El Coro en la Revista Ondas, julio de 1932
Nuestro protagonista fue además autor de varios cantos escenificados que solía interpretar este coro. Representaban escenas de la vida gallega como la maya del trigo o los cantos de nana. La agrupación llegó incluso a hacer una gira por América. De hecho, en el periódico del 22 de julio de 1934, se recoge una noticia desde Nueva York, que indica que el coro "Anaquiños da Terra" regresa a España a bordo del "Cristóbal Colón" después de tres recitales de gran éxito.

Pero esta sociedad no era la única que congregó a los gallegos de principios de siglo en la capital, también aparecen numerosas referencias en la prensa de la época sobre Lar Gallego. Aunque posiblemente sí fue la más concurrida del momento, pues queda testimonio de ello en las noticias recogidas por diversos medios de la época sobre los actos de dicha sociedad. 


miércoles, 10 de junio de 2015

Madrid, años 30, en "La Casilla de Guadarrama"

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El Madrid de los años 30 está pintado en las viejas memorias que dejó mi abuelo. Militares de la república, trabajadores, intelectuales y burguesía de la época se cruzaban por las calles de la capital como si de una postal antigua se tratara. Se oía chirríar a los tranvías y el aire olía a puchero preparado en cualquier casa de comidas, como La Gijonesa. Por cualquier rincón, se escuchaba reír a algunos estudiantes y chiquillos. 

En la glorieta de San Bernardo estaba el antiguo hospital de La Princesa, una institución pública, hoy situada en Diego de León, y que durante la Guerra Civil estuvo en el Colegio del Pilar, en el Barrio de Salamanca. En aquellos años un enfermo allí pagaba cinco o seis pesetas al día, las heridas se curaban con sulfatos y otros preparados que diferían bastante de lo que conocemos hoy.

Imagen de Tras sus huellas (Manuel Díaz Aledo)
La actividad comercial en la Plaza de Antón Martín se conoce desde el siglo XVII, y en los años 30 era un hervidero de puestos que posteriormente se reorganizaron en un edificio cerrado. Muy cerca, en la calle Atocha, estaba el recién inaugurado Cine Monumental, de 1923, en la época en que los estrenos de la gran pantalla eran todo un acontecimiento.

El ambiente estaba muy revuelto y en los años de la II República, y no eran infrecuentes los atentados, y los cuarteles eran tiroteados y defendidos por los soldados, que con proximidad a la guerra ya no sabían bien en algunos momentos de quién debían seguir órdenes.

La Estación de tren de Atocha se conocía con el nombre de estación de Mediodía, y muy cerca, en la calle del Pacífico estaba el cuartel de los Docks, un grupo de barracones militares construidos a finales del siglo XIX.

En la Plaza de Jesús se instaló la Imprenta Mercurio, propiedad de Carlos Suárez Couto. Cerca de allí, en la calle Atocha 95 había una pensión de estudiantes instalada en el tercero o cuarto piso. Y en la calle Preciados, cerca de la Puerta del Sol, tenía su sede la "Sociedad Anaquiños da Terra", punto de reunión de muchos gallegos en la capital.

Son solo pinceladas de una época que, afortunadamente, no nos ha tocado vivir, pero que en esos viejos papeles mecanografíados brilla ante mis ojos y seguro que ante todos los que os propongáis leer esta novela.